Los cuatro ingredientes dañinos de la vida moderna
o
El azote de la salud de todo el mundo (tanto la de los países
desarrollados como los que aún están en vías de hacerlo) son las
enfermedades crónicas. El tiempo en el que las patologías infecciosas,
comunicables según las llama la OMS, eran la primera causa de muerte en
el planeta se ha acabado. Ahora son los llamados males no comunicables
(eufemismo de crónicos) los que causan el mayor porcentaje de la
mortalidad. Así lo cree la ONU, que hace poco más de un año convocó una
gran reunión con el propósito de sentar las bases para que en 2025 la mortalidad de las enfermedades crónicas se reduzca en un 25%.
Los expertos opinan que el objetivo es tan loable como inalcanzable.
Milagroso será que para entonces la situación no haya empeorado y mucho.
Esta misma semana la revista 'The Lancet' publica una larga serie de artículos precisamente sobre las enfermedades no comunicables en el mundo. Son trabajos profundos, típicos de una publicación considerada como una de las mejores en su campo.
Uno de los escritos más interesantes se refiere al impacto de cuatro componentes de la vida diaria de los seres humanos que modulan la salud para mal. Las bautizan como 'unhealthy comodities', algo así como 'mercancías insalubres' y se pueden considerar como los cuatro jinetes del Apocalipsis de la salud.
Usar la palabra mercancía tiene mucho sentido. Los jinetes que dañan la salud de nuestra sociedad se adquieren en los supermercados, se consumen de una forma masiva, llevan detrás de ellos formidables campañas de marketing, pertenecen a empresas transnacionales con enorme poder y se venden a un precio asequible incluso en zonas todavía consideradas pobres. Porque allí han llegado también.
Se llaman: tabaco, alcohol, comida ultraprocesada e industrias de bebidas. El abuso de ellas (y se abusa a veces de forma compulsiva por un porcentaje muy alto de la gente), unido a la otra rémora, no vendible, que suele acompañarles -la inactividad física- forman la tormenta perfecta capaz de deteriorar la fisiología humana hasta convertir a las enfermedades crónicas en una lacra que provoque mortalidad precoz y lastre los sistemas sanitarios de todos los países.
Haber detectado claramente la presencia de estos cuatro jinetes es lo que llena de escepticismo a los especialistas a la hora de pronosticar posibles mejorías del panorama sanitario del planeta. Por mucho que se hable de responsabilidad individual, de elevar la cultura biomédica, de promocionar la salud y de prevenir la aparición de enfermedades, si no se habla también de regular, los jinetes continuarán cabalgando sin encontrar demasiados obstáculos.
La regulación, cuando se hace en serio, es muy buena estrategia. Haber regulado la venta y el consumo de tabaco es lo que ha hecho posible que no se haya disparado hasta la estratosfera el número de fumadores en muchas partes del mundo. El trabajo de 'The Lancet' lo perfila muy bien. Alcohol, más allá de una mínima dosis, comidas ultraprocesadas y bebidas cargadas de azúcares con alto índice glicémico son malas para la salud de todas todas.
Los gobiernos tienen la responsabilidad y el poder para proteger la salud de todos sus ciudadanos. Pero para hacerlo con leyes y mandatos necesitan el apoyo de toda la sociedad. En mano de la ciudadanía está el hacer llegar el mensaje a sus dirigentes de que a estos cuatro jinetes hay que limitarles la velocidad a la que quieren ir.
Esta misma semana la revista 'The Lancet' publica una larga serie de artículos precisamente sobre las enfermedades no comunicables en el mundo. Son trabajos profundos, típicos de una publicación considerada como una de las mejores en su campo.
Uno de los escritos más interesantes se refiere al impacto de cuatro componentes de la vida diaria de los seres humanos que modulan la salud para mal. Las bautizan como 'unhealthy comodities', algo así como 'mercancías insalubres' y se pueden considerar como los cuatro jinetes del Apocalipsis de la salud.
Usar la palabra mercancía tiene mucho sentido. Los jinetes que dañan la salud de nuestra sociedad se adquieren en los supermercados, se consumen de una forma masiva, llevan detrás de ellos formidables campañas de marketing, pertenecen a empresas transnacionales con enorme poder y se venden a un precio asequible incluso en zonas todavía consideradas pobres. Porque allí han llegado también.
Se llaman: tabaco, alcohol, comida ultraprocesada e industrias de bebidas. El abuso de ellas (y se abusa a veces de forma compulsiva por un porcentaje muy alto de la gente), unido a la otra rémora, no vendible, que suele acompañarles -la inactividad física- forman la tormenta perfecta capaz de deteriorar la fisiología humana hasta convertir a las enfermedades crónicas en una lacra que provoque mortalidad precoz y lastre los sistemas sanitarios de todos los países.
Haber detectado claramente la presencia de estos cuatro jinetes es lo que llena de escepticismo a los especialistas a la hora de pronosticar posibles mejorías del panorama sanitario del planeta. Por mucho que se hable de responsabilidad individual, de elevar la cultura biomédica, de promocionar la salud y de prevenir la aparición de enfermedades, si no se habla también de regular, los jinetes continuarán cabalgando sin encontrar demasiados obstáculos.
La regulación, cuando se hace en serio, es muy buena estrategia. Haber regulado la venta y el consumo de tabaco es lo que ha hecho posible que no se haya disparado hasta la estratosfera el número de fumadores en muchas partes del mundo. El trabajo de 'The Lancet' lo perfila muy bien. Alcohol, más allá de una mínima dosis, comidas ultraprocesadas y bebidas cargadas de azúcares con alto índice glicémico son malas para la salud de todas todas.
Los gobiernos tienen la responsabilidad y el poder para proteger la salud de todos sus ciudadanos. Pero para hacerlo con leyes y mandatos necesitan el apoyo de toda la sociedad. En mano de la ciudadanía está el hacer llegar el mensaje a sus dirigentes de que a estos cuatro jinetes hay que limitarles la velocidad a la que quieren ir.
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